12/5/09

justo cuando creía que la prensa (y más aún, la sociedad) ya no podía sorprenderme, me encuentro con la siguiente encuesta en Crítica Digital:


¿Está de acuerdo con aplicar la castración química a violadores reincidentes?



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6/5/09

en busca de la catarsis posmoderna

Hay que hacerlo... despojarse de todas las tragedias mínimas y cotidianas: los silencios - eternos  - incómodos del ascensor, el desencuentro con el otro, la identidad que perdemos cada vez que salimos a la ciudad... no hay catarsis posible - ni vale la pena intentarlo - en esas minuciosidades. Hay que salir a la calle con el pecho abierto y la frente desnuda; llenarnos de viento en una bocanada e inflar el corazón. Hay que hervir la sangre aún con el leve calor de un apretón de manos, buscar las caricias ocultas en los apretujamientos de gente... oh, estamos tan solos; nos buscamos visceralmente, sin saber que somos la ausencia en todas y ninguna parte. No sienta vergüenza, señora del 7º B, déle un abrazo al palo borracho del boulevard. Sienta las espinas meterse levemente en su carne... ese cosquilleo hermoso y lleno de ternuna que sólo un palo borracho sabe dar.

Necesito llenarme de cosas así, escribirlas en mi libreta abandonada (muestra excepcional de mi olvido y negligencia); copiar poemas en papelitos insignificantes y extraviarlos por ahí: ellos necesitan imperiosamente ser libres, reencontrarse con la vida común. Debería imitarlos, plegarme a la audacia de las palabras que van a parar a cualquier parte - un panfleto, un cartel, la despedida entre dos amantes - despojadas de todo prejuicio; simplemente se dejan envolver por el aire y caen en nosotros, haciendo que todo sea, al menos, no tan absurdo.

Espero que el frío llegue pronto, quiero salir a la calle y que se me congele la cara. Suceso interesante andar por ahí con el rostro congelado. Imagínese usted, con la sonrisa del primer beso matinal petrificada, incapaz de ir a ningún lado. Y aquella mujer que guarda una fotografía en su cartera: una lágrima diminuta la sorprende y queda detenida - a mitad de camino entre el ojo y la comisura de los labios -, en plena mejilla destella como un diamante. Habráse visto... por ahora me conformo con imaginar tales maravillas. Tropiezo con la indiferencia de los autos y el malhumor general mientras voy caminando a la facu (siempre el malhumor, horror posmoderno). He realizado cálculos: hay aproximadamente tres canciones de distancia entre mi departamento en el 5º piso y la "casa verde", donde-recibo-educación-pública. El camino es una repetición no muy uniforme de personas y lugares: edificios, edificios, alguna casa, unos pocos árboles (florecen, desflorecen, amarillan,verdean), el naranjita meditabundo de la calle Temple (no hay unión más perfecta en el universo que aquella entre el rostro de ese hombre y el nombre de esa calle), otros peatones con los que corro carreritas, a ver quién llega primero a la esquina.  Eventualmente sucede algo extraordinario: una casa ya no está porque la han demolido, entonces debo despedirme de ella, adiós casa, bon voyage. A veces el señor del focus y el taxista creen tener derecho de paso al mismo tiempo y ¡la puta que te parió, infeliz!.

En fin, es fácil poner la vida en piloto automático, acostumbrarnos al paso insípido del tiempo; soñar sin sueños, reír sin ruido y amar sin riesgos. Yo sigo esperando el cachetazo revelador que me arranque los pies del suelo y abra mis ojos hasta darlos vuelta. Sé que la señora del 7º B desea un abrazo de ese palo borracho, lo desea irrefrenablemente. Es cuestión de tiempo. Por ahora pasa por la vereda de enfrente y lo acaricia con una mirada furtiva. Se sonroja apenas; como piensa que es a causa del calor, desabrocha un botón del cuello de su camisa, y continúa caminando.

Glosario:

Naranjita: persona que se encarga de cuidar los autos en las calles de Córdoba, a cambio de una contribución voluntaria.