20/4/10

Dedicatoria para un nadie, un alguien


Hola, ocasional transeúnte. Este libro (Fedra, de Jean Racine) pertenece al Movimiento Libro Libre Argentina; bah, en realidad este libro se pertenece a sí mismo, a sus palabras, al tiempo. Por eso es que tuvo que escapar de su último lector, porque contrario a lo que se dice por ahí, las palabras no nos pertenecen; tampoco la literatura, ni el Harte, ni el mundo.

Por lo tanto, usted, anónimo y potencial lector, se encuentra ante un trozo de mundo que tiene fecha de vencimiento. Cuando finalice la lectura de esta obra, deberá liberarla sin chistar. Es que a veces debemos desprendernos de aquello que creímos haber encontrado para siempre.


16/4/10

Proyecto para un Manifiesto Terrorista


A veces me preguntan por qué no publico lo que escribo. Podría hacerlo, cualquiera puede. Pero después tendría que hacerme el siguiente cuestionamiento: ¿justificarían mis palabras tanto papel? No. Nada que sea hecho con el lenguaje justifica siquiera una hoja de papel. No pensar en ese proceso de producción (del árbol al papel) es una omisión deliberada; al mismo tiempo, este soporte se nos presenta materialmente como una realidad ineludible e inevitable: necesitamos producirlo.
Intentando responder al interrogante inicial, puedo dejar que mis poemas ardan en el vacío, no obstante, no evitaré la tala de árboles, menos el avance de la manufactura papelera. En definitiva, somos capaces de escribir cualquier cosa y sin duda tendremos la posibilidad de publicar después. Pero esa acción jamás será inocente; en donde sea, todo el tiempo a nuestras espaldas correrán ríos mudos de sangre. Al menos tendríamos que ser conscientes de este crimen que cometemos constantemente. No puede haber mejor motivación: nos obliga a escribir con un estado máximo de conciencia, nos pone la responsabilidad de cargar con fuego nuestras sienes cada vez que nos atrevamos a darle a una palabra su forma material. De ahora en más debemos producir discontinuidades en el universo: demorar para siempre al transeúnte en la esquina; perforar todos los paraguas para que la gente jamás vuelva a olvidar el sabor de la lluvia; inventar vuelos verticales inversos para que la caída pierda su sentido; dibujar extremidades a las piedras y que éstas invadan nuestras ciudades hasta expulsarnos hacia los campos; liberar a todos los animales de los zoológicos; regalar armas de fuego a niños y a locos; atar rollos de papel higiénico en los paragolpes de los autos… crear un mundo inverosímil, donde no haya lugar para el hombre. Después de todo, estamos destruyendo el mundo. Entonces, deberíamos destruirlo de la mejor manera posible.


(continuará…)