25/3/09

Érase otra vez un 24 de marzo

Crónica de una reflexión anunciada




Para mi libreta la fecha de arriba no significa nada. Para el lenguaje la fecha de arriba tampoco significa nada. Pero en Argentina (ese nombre que nos envuelve y hace formar parte del país - un país - y de la historia - una historia) el 24 de marzo tiene un significado especial: se cumplen 33 años del último golpe militar, en 1976 (sí, hubo varios antes). En 2002, decreto de ley mediante, esta fecha fue declarada “Día Nacional de la Memoria Por la Verdad y la Justicia” y, a partir 2005 es no laborable. Por ende el día de hoy – de la memoria, aniversario del golpe, feriado, jornada de reflexión o descanso – nos involucró a todos, otra vez, como hace 33 años.

En mi caso, esta siempre ha sido una jornada diferente, llena de emociones fuertes; fundamentalmente de angustias y tristezas heredadas… esa memoria social o colectiva que los libros llaman historia. La dictadura siempre estuvo presente en mi vida; fue un tema de conversación recurrente, tanto en mi familia como en mi colegio. Crecí con esos sentimientos de impotencia, pena y bronca que parecen ser arrastrados por la generación de mis viejos (algunos de ellos, no todos). No obstante, adoptarlos y llevarlos a flor de piel durante todo este tiempo, ha sido siempre, por mi parte, una elección consciente. Hoy fue otro de esos “24s”; otra semana previa de verlo venir y sentirlo en el aire, mirar el calendario y hacerle un circulito invisible: ese día nos toca recordar. Estoy lejos de casa, pero sé que la cara de mis viejos fue diferente; seguramente sus miradas se apagaron un poquito. Ojo, no es que se pongan tristes sólo en este día. No, es algo permanente. Los dolores del pasado habitan en las personas, las ocupan (no tan) secretamente y se activan de vez en cuando. Al fin y al cabo así funcionan los recuerdos. Como decía, mis padres estuvieron tristes hoy, lo sé. Quizá tomaron mate por la mañana, mirándose en silencio mientras algún señor en la radio anunciaba el clima o hablaba sobre temas-de-interés. Yo me levanté igual que ellos. Parte de llevar la misma sangre es sentir los mismos dolores, como si la piel tuviese extensiones invisibles, capaces de transmitir las sensaciones por el aire.

A pesar de haberme despertado con pesadumbre, intenté actuar lo más indiferente posible, hacer de cuenta que nada pasaba. Porque claro, “mirá que ponerte a pensar en el pasado, como si no fuera suficiente con los problemas actuales (sí, pibe, 33 años más tarde el mundo sigue siendo una porquería)”. ¿Para qué prestarle atención a una fecha que los medios de comunicación han convertido en “segmento especial” o “informe de la semana”? Justamente, para evitar el vaciamiento de contenido que se busca - y, muchas veces, se logra satisfactoriamente - perpetrar en conmemoraciones como ésta.





Mierda, esto es difícil. La “reflexión crítica y comprometida” puede devenir en actividad de rutina, tan sólo un gesto apropiado para la ocasión. Todos los años (bueno, en realidad hace un lustro, más o menos), escribo algo sobre el aniversario del último Golpe de Estado. Suelo referirme, entre otras cosas, a lo importante que es la memoria (que no tenemos) en una sociedad, para que la historia no se repita (como se repite); hablo sobre la necesidad de una reflexión profunda (por lo general no la hacemos); me indignan la lentitud de la justicia y las escasas condenas a los responsables (creo que no hace falta hacer ninguna acotación al respecto). En fin, me doy cuenta de que formo parte del mismo juego mecánico desde hace bastante tiempo. Llega el día del aniversario y pienso: en la memoria, el compromiso, los desaparecidos y la reivindicación de su lucha, la libertad, las noticias de los diarios (esos pobres objetos que viven un solo día, como las moscas), las personas, las marchas y contra marchas, los caídos, los sobrevivientes, los indignados, los disconformes, los asuntos pendientes, las cicatrices, los ojos cerrados, las manos ensangrentadas, las armas todavía humeantes, las banderas roídas, las calles desiertas, los sueños rotos, las esperanzas vigentes…

Una vez más, como de costumbre, escribo algo al respecto. A medida que pasa el tiempo, voy creciendo, me siento más boludo y veo que casi nada cambia. Entonces, todas esas palabras (con sus respectivos sentimientos) pierden peso, un poquito cada vez. Ya no significan tanto como antes. Comienzan a cortarme, se filtran por las rendijas. Me convierten en la sombra desgarrada de una jaula. Aún así, antes o después de esbozar otra palabra que intente explicar – curar, aliviar – tanto vacío, necesito sentir que algo de esto es real. No pueden ser todas estas sensaciones nada más que engranajes de un relojito siniestro. Me cebo un mate, escucho al flaco Spinetta, miro una foto vieja de mi papá, salgo a la calle, voy a la marcha por los 33 años, saco fotos, observo a los demás… busco los rastros de algo diferente, algún indicio que me rescate de tanta mecanicidad.

En la marcha hubo de todo: banderas de todas los tamaños y colores, miradas de todos los tamaños y colores. Habían mujeres tristes y valientes, pibes exaltados y desafiantes, hombres cansados, transeúntes indiferentes, niños, abuelos, vecinos, militantes, curiosos, ausentes. Encontrarme, mejor dicho perderme en aquella multitud me sirvió para sentirme tantito mejor.

Sin embargo, al volver, luego de los discursos finales (tan discursos como políticos), el sentimiento de repetición vuelve a ser el mismo. Me alejo de la plaza donde concluyó la marcha y todo comienza a desdibujarse. Paso por el shopping (lleno de gente), luego por el Paseo del Buen Pastor (lleno de gente), llego a mi departamento, leo los diarios por Internet. Otro 24 de marzo parece haber llegado a su fin. Cada argentino vivió el “feriado” a su manera y cumplió con el rol que eligió (dentro de sus posibilidades). Ahora que escribo – y ya no es martes 24, me resisto a seguir el guión. Aunque repita algunas ideas y modifique otras, continuaré con mis intentos de desenmarañar significados y dilucidar interrogantes. Porque considero que la conmemoración del “Día Nacional de la Memoria…” – todo lo que implica – es sólo la punta del iceberg; el día que (algunos) elegimos para recordar nuestras heridas abiertas. Detrás de esta fecha anecdótica late una historia irresuelta que nos divide. De un lado o del otro, un asunto pendiente, un relato ausente nos mantiene en vilo o nos vuelve indiferentes; nos separa indefectiblemente; aturde y ya no podemos oírnos; ciega y ya no somos capaces de vernos.

Sí, de nuevo estoy escribiendo sobre el golpe. No importa, esta es mi manera de superar el dolor propio y ajeno. No soy rutinario. Estoy en vilo, abro los ojos, escucho, pienso…recuerdo.


fotos: Aimé




5 comentarios:

P. dijo...

Mmm, sí, difícil. Estoy intentando exteriorizar acá algo de lo que tengo en mi cabeza y no me sale. No está vacía, pero de pronto siento que, en vez de tantas palabras, hay que hacer silencio. Lamenté eso ayer. Lamenté encontrarme rodeada de banderas, tambores y cantos que no me decían nada. Lamenté que el día se convirtiera en una oportunidad más para salir a pasearse con las insignias de la propia agrupación, partido político, lo que sea. Lo lamenté porque siento que este día nos debiera concernir a todos como argentinos, no como "miembro de". Yo también pasé en un momento por el shopping y, después de haber estado en la marcha, te aseguro que ese ambiente fue el que más me deprimió. Hay gente que ni se debe haber enterado de por qué tuvieron un día libre. Y en la marcha, qué te puedo decir... al estar rodeada de tanta gente formando parte de algo (que no es precisamente del día en sí, de la memoria, de la verdad o de la justicia), me sentí tan fuera de lugar, que no pude dejar de lado mi postura "fría" y rígida. No poder hacer ni un gesto que expresara lo que sentía me hacía mal. Aplaudir, saltar o cantar con todos, también. Empiezo a pensar que, o la gente tiene una memoria flaca, o, quizás, ni la tiene. No me gusta en lo que se convirtió el día. Nada más para decir (o sí, pero aun después de tanto escribir, sigo prefiriendo el silencio).

P. dijo...

Lo loco fue ver a algunos de los que se volvían... Parecían tan completos, satisfechos de haber hecho la "revolución", listos para empezar otro día como si nada. Y yo, que salí en primera plana en las fotos que sacaron los del Andén. Ruego para que no las publiquen nunca en ningún lado.

Agos dijo...

Si fuera docente hoy (porque algún día pienso serlo) imprimiría esto que escribiste y se lo leería a mis alumnos previo a este feriado...

Agos dijo...

"la última opción porque no queda otra" es lo que está haciendo que la educación se caiga en picada. La falta de vocación es un monstruo muy grande cuando de educar se trata... Es triste, futuro colega, pero me gusta pensar que no todo está perdido.

Anónimo dijo...

Hay un escrito de la Aimé que no recuerdo exactamente dónde lo leí, si en "feisbuk" o al pie de alguna foto suya, pero que vendría muy ad hoc como reacción a este tema. Ni siquiera reuerdo el título :S pero es una escrito que habla sobre el amor nostálgico y "recriminador" por una patria que si bien no es el ideal de patria, le ama de una forma muy extraña y especial.
No encontré el escrito, lo traigo perdido, pero si tú sabes a cuál me refiero, por favor pásamelo, si lo leemos juntos te diré cómo y en qué punto es como si la Aimé hubiera leído este texto tuyo y después hubiera escrito, en reacción, el suyo.

Malobra